Jorge Luis Borges murió 12 años antes de la primera conexión a internet en Argentina y en un momento en el que las computadoras estaban reservadas para fines académicos, administrativos y militares. Sin embargo, muchas personas relacionan la obra del escritor con el mundo de los datos, la tecnología y el ciberespacio.
Y, como para muestra basta un botón, vamos a conocer uno de los relatos del más universal de los escritores argentinos que, en pocas páginas, nos invita a pensar en que todo lo conocido y por conocer existe en el ilimitado y periódico espacio de una biblioteca.
En 1941, Borges imaginó un lugar compuesto por un número indefinido de galerías hexagonales. A este relato, que forma parte de su libro Ficciones, lo llamó La biblioteca de Babel.
En la biblioteca (o el universo, según el escritor) están contenidos todos los libros que existen o existirán, por la simple razón de que allí habitan todas las combinaciones posibles de letras y signos de puntuación. Las condiciones que planteó Borges para estas combinaciones pueden resumirse en este fragmento del cuento:
“A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas.”
Además de libros, en la biblioteca habitan los bibliotecarios. Estas personas vagan inútilmente por los hexágonos buscando sentido en los azarosos ejemplares que abundan en los anaqueles.
Para estos seres es tan improbable encontrar un libro que tenga siquiera una línea de sentido entre sus más de cuatrocientas páginas, que muchos de ellos sucumbieron a la locura. Incluso, algunos optaron por destruir los volúmenes que consideraron estériles.
En este cuento, Borges nos hace explorar el mundo de probabilidades que nos habilita la lengua. La potencia de ser que tiene cada tomo y que obsesiona a los bibliotecarios es posible porque parte de lo ya creado, de los 22 signos del alfabeto (más el espacio, la coma y el punto).
Podemos pensar en la biblioteca de Babel como una computadora. Si bien el cuento nos presenta a los tomos como resultado del azar casi divino del universo, podríamos plantearlos como fruto de un algoritmo.
Si tomamos las variables que configura la biblioteca (5 anaqueles, 32 libros, 410 páginas, 40 renglones, 80 letras, no hay dos libros idénticos…) y las utilizamos como datos de entrada para nuestro algoritmo, podríamos asignar a las páginas, según la configuración que nos traza Borges, aleatoriamente letras y signos de puntuación para crear, cada vez, un ejemplar diferente.
Así, casi con seguridad, tendríamos el mismo resultado que los desdichados bibliotecarios: con suerte, entre todo el caudal de signos, distinguiríamos alguna que otra palabra. Muy lejos estaríamos de encontrarnos una frase coherente, y ni siquiera podríamos pensar en la chance de leer la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero...
Si te quedan dudas sobre la improbabilidad que tenés de ser un bibliotecario victorioso, podés chequearlo en la webapp The Library of Babel que toma los principios del relato de Borges para generar libros.

